El ordenanza

El ordenanza 

Qué seca la realidad pintada a través de luces verdes y rojas, o blancas solo imitando la bruma del invierno entrante.

Qué de comercios con idénticas luces y algo más de estilo que el de una feria pretendiendo venderte un regalo.

Qué chisporroteo el de los árboles adornados que en unos días apagaremos con una cierta tristeza, y sin embargo nos parecía extraño al ponerlo.

Goyo no tiene vacaciones, no tiene tiempo. -¿Hijo, cómo voy a coger vacaciones con el lío que tengo aquí?, ¿pero tú ves?.

Goyo, es el ordenanza de la oficina. Lleva años, más de una década, dando paseos por los largos pasillos, abriendo las puertas de los despachos en busca del correo o para distribuirlo. Haciendo mandaos.

Nadie sabe qué le ocurrió a Goyo. Tampoco es fácil intuir si tiene alguna minusvalía, y cualquiera se lo pregunta.

Vive en un pueblo muy alejado de la ciudad, demasiado como para imaginárselo, y sin embargo va y viene cada día.

Y va y viene de un edificio a otro, con sus sobres que repasa cuidadosamente en su despacho con casilleros, hasta tenerlo claro.
Y sale convencido del trabajo bien hecho, a rematarlo, a entregarlo personalmente con una sonrisa y a la vez, con un suspiro de esfuerzo por un trabajo tan costoso para él, que requiere poner tanta atención, y sin embargo está tan poco reconocido.

Es quizás el más puntual, el que atiende sus obligaciones sin que nadie lo persiga. No tiene jefe.

 Lleva años sin poder coger las vacaciones, incluso en Navidad tiene demasiado trabajo en la oficina, y eso a pesar de que prácticamente permanece cerrada.

El misterio de la soledad, la compañía que da el trabajo, o como escribía Ángel Gabilondo “el cansancio que uno da”.

La Navidad, como la vida buena, es la ausencia de preocupaciones, el paseo sereno y abrigado con tu padre, la confidencia de un hermano cuando te encuentra solo, las voces de los bares y los vinos antes de ir a casa.


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